El motel como problema de arquitectura

La razón de la monumental congestión producida en el carril derecho no era un choque ni un automóvil detenido. Tampoco un atropello ni una protesta, sino las decenas de moteles que se ubican a lo largo de la Calzada de Tlalpan, y que en la víspera del 14 de febrero, día de los enamorados, ya estaban funcionando a tablero vuelto.

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Imagen: Ajisabel, vía Flickr

La cola de automóviles se prolongaba por varias cuadras. En su interior se podía ver a tipos de cara ansiosa que daban nerviosos golpecitos con los dedos al volante, que encendían un cigarro tras otro, y que miraban con insistencia su reloj, mientras sus acompañantes generalmente femeninas escondían la cara tras voluminosos anteojos oscuros o detrás de un no menos voluminoso globo rojo con forma de corazón. Algunas se llevaban la mano a la frente, como si estuvieran meditando profundamente, meditación que sus sudorosos compañeros habían abandonado hace rato para pasar a morderse el labio inferior, secarse la frente con un pañuelo,  rascarse el peluquín de pecho comprado especialmente para la ocasión y que tanto pica, o dar rítmicos golpes con el pie, como si eso pudiera apurar una fila de avance tan lento como furiosos los deseos de llegar cuanto antes al lugar de destino.

Y es que en México el día de San Valentín es para los moteles – entendidos éstos en su uso romántico – lo mismo que el 2 de febrero para las tamalerías o el 15 de septiembre para los fabricantes de banderas, un momento en que la demanda supera ampliamente a la oferta, estando dispuesta a pagar harto más por un servicio que después de todo está disponible todos los días del año. En mi país, Chile, el 14 de febrero pasa un poco más inadvertido, básicamente por el hecho que la mitad de la gente se encuentra de vacaciones (recuérdese que es hemisferio sur), y por lo tanto no está disponible para disfrutar de una experiencia que es esencialmente urbana (o suburbana). Sin embargo, los moteleros chilenos también tienen sus días de gloria, que muchos jamás imaginarían: navidad, año nuevo, fiestas patrias y el 3 de diciembre, día de la secretaria. Sobre la última celebración no hay mucho que comentar, pero un breve análisis de las tres primeras indica que no tienen nada de extraño: en esos días muchísima gente recibe aguinaldo, el ambiente es más relajado, es más fácil encontrar excusas para llegar tarde a la casa o al trabajo, las oficinas comúnmente organizan comidas y celebraciones que suelen estar bastante regadas, lo que permite que el ávido Martínez de Contabilidad se fije en la señorita Matamala de Archivos y Partes que apenas se tiene en pie, etc.

Respecto a los horarios también se pueden encontrar algunas sorpresas, como el hecho que la hora de mayor demanda en los moteles céntricos es la de almuerzo, momento en que los oficinistas están dispuestos a sacrificar las necesidades del estómago por otras que les resultan igualmente apremiantes. En los localizados en la periferia de la ciudad, proyectados para ir de preferencia en automóvil, el comportamiento es más esperable, siendo utilizados por parejas o grupos más estables que acuden a ellos durante la noche y los fines de semana.

El motel como problema arquitectónico y urbano

Muchos lectores se preguntarán a qué viene toda esta introducción cuyo tono es un tanto más frívolo que el comúnmente expresado en esta página. Pues bien, resulta que la presencia motelera es demasiado importante en vastas zonas urbanas (particularmente en la periferia de nuestras ciudades) como para ser ignorada desde el punto de vista de la arquitectura o el urbanismo. Es cosa de darse una vuelta por las santiaguinas comunas de Pudahuel, San Bernardo o Maipú para observar que no son pocas las misteriosas fachadas diseñadas por mentes anónimas que dieron rienda suelta a su imaginación para crear formas que por un lado son atractivas y cautivantes a su muy propia manera, pero que por el otro ocultan lo que ocurre en su interior. Sólo un espíritu así permite la construcción de pirámides egipcias al lado de una carretera o paraísos tropicales en la sequedad del paisaje de la zona central, pequeños remedos de Las Vegas que nos demuestran que, querámoslo o no, la fantasía desenfrenada se encuentra en nuestras ciudades y que son varios los que andan en busca de ella.

Sin embargo, la arquitectura como disciplina ha hecho caso omiso de esta realidad. Hasta el día de hoy nunca he visto un motel en una revista especializada o en la selección de la muestra de una bienal. ¿Acaso esto no es posible? Si los arquitectos muestran ufanos obras tan variopintas como cárceles, psiquiátricos y hasta plantas de tratamiento de aguas servidas, ¿por qué no van a poder publicar un modesto motelito? De mi época de estudiante recuerdo al menos a un par de distinguidísimos profesores que en conversaciones informales y generalmente masculinas señalaban lo entretenido que sería que algún alumno desarrollara uno de estos establecimientos como proyecto de título, arguyendo que es un programa tremendamente interesante donde se debe manejar el tema del habitar efímero y secreto y su relación con lo público de la ciudad. Sin embargo, cada vez que un inocente alumno sugería tal posibilidad recibía unas miradas de reproche que inmediatamente lo hacían desistirse de tal idea y cambiar por el clásico centro chileno africano de cultura, la residencia para poetas o el museo de la filatelia naval, programas que sin embargo nadie construye en la realidad, como sí ocurre con los templos del amor urbano. Sin exagerar, el programa motelero plantea desafíos parecidos a los de una cárcel o un hospital, donde se deben establecer sistemas de esclusas, entradas secretas, áreas separadas, recorridos diferenciados y toda una trama de recintos donde el cliente busca antes que nada la privacidad, traducida en un gozar del espacio sin ser visto. Algunas instalaciones incluso establecen complejos sistemas para que ni siquiera el personal tenga contacto con los pasajeros y así poder garantizarles a ellos el más absoluto de los anonimatos. Si estos no son problemas de arquitectura entonces me pregunto qué otra cosa son.

Cuento aparte son los interiores, donde usualmente se busca que los espacios escapen a lo estandarizado y que su uso se convierta en una experiencia en sí misma. Apelar a la fantasía, lo exótico o lo irreal en pocos metros cuadrados y que esto sea convincente o atrayente para los visitantes es un desafío nada de fácil para un arquitecto o diseñador, quien debe echar mano a todos sus recursos imaginativos para lograr que el espacio adquiera un carácter que vaya más allá del de simple contenedor de una cama de agua, una tele y un jacuzzi. Al que crea que esto es cosa de llegar y colocar espejos y muebles estrafalarios por todas partes le recomendaría que le echara un vistazo a la notable página del legendario Hotel Valdivia de Santiago y se diera un gusto admirando el desenfrenado eclecticismo de la habitación Gaudí, el desparpajo de la Vip Discotheque, o la sorprendente Pop Art, decorada con referencias a Warhol y Lichtenstein (¿cuándo va a editar Taschen un libro o calendario con las suites del Valdivia? Sería un exitazo).

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Hotel Valdivia, suite hindú. http://hotelvaldivia.cl

Los moteles (y sus usuarios) en nuestras ciudades son demasiados como para seguir ignorándolos. La imagen que dan hoy en día no es de las mejores, predominando una arquitectura que en la mayoría de los casos no constituye ninguna contribución al entorno ni a crear una imagen urbana – o suburbana – de calidad. ¿Qué pasaría si se creara un verdadero parque del placer, del amor o como quieran llamarlo, que junte a varios de estos establecimientos en un todo armónico, sin perder aquellos elementos formales que les son tan característicos y que perfectamente pueden ser rescatados? Una suerte de mini Las Vegas en la periferia puede quedar hasta bien, constituyéndose incluso en un polo de desarrollo económico para la comuna que se atreva a hacerlo. No tiene por qué resultar mal el experimento, si la demanda existe y en el país arquitectos buenos hay de sobra como para enfrentar el desafío de una manera satisfactoria. Lo principal es antes que nada abrir la mente, romper el tabú y aceptar el reto, que todo lo construido es susceptible de convertirse en buena arquitectura y por ende en buena ciudad.

3 Comentarios en El motel como problema de arquitectura

  1. Hola. Quisiera saber dónde obtuviste esa foto del Hotel Valdivia. ¿La tomaste tú mismo?

    Entré a la página del hotel y no encontré ninguna tan buena como la tuya.

    Saludos. 🙂

    • Rodrigo Díaz // 10 julio 2009 en 7:22 am // Responder

      Estimada,

      Para ser honesto, el Valdivia sólo lo conozco por fuera, pero su página web es tremendamente ilustrativa de lo que hay en su interior. Sólo anda a http://www.hotelvaldivia.cl/site/index.php?option=com_content&task=view&id=65&Itemid=38
      Ahora bien, hay que tener en cuenta que ellos van renovando sus habitaciones, y que algunas de las que yo cité puede que ya no existan. De hecho, ya no veo la recordada Moderna que adornaba un calendario de hace unos cuantos años y que era una delicia.

    • Rodrigo Díaz // 10 julio 2009 en 7:26 am // Responder

      Tienes razón, chequeando bien la página noto que hay algunas deficiencias y que algunas imágenes se repiten o no corresponden a lo promocionado. Sin embargo, las fotos de las habitaciones Premium y Súper Vip están correctas y ahorran mayor comentario.

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