El Gatopardo de Coyoacán

El problema es que Heberto es arquitecto, así que apenas supo que iba a ser delegado de inmediato empezó a pensar en remodelar la Plaza Hidalgo y el Jardín del Centenario que hacía rato necesitaban una manito, porque Heberto había nacido precisamente para eso, que todo Coyoacán – y por qué no el país – se lo iban a agradecer en su momento, y quién sabe si en cincuenta años más el lugar no se llama Plaza Heberto Castillo Juárez en honor a quien lo iba a hacer renacer.

El problema es que el proyecto en sí no era nada del otro mundo. A saber: sustitución de 15,209 m2 de carpeta asfáltica por concreto hidráulico estampado que tiene una vida de 35 años en las calles de Aguayo, Allende, Centenario, Cuauhtémoc, Malintzin, Allende, Ortega y Caballo Calco; colocación de piedra negra recinto y piedra roja pórfido en una superficie de 12,000 m2 en las plazas; y colocación de nuevo mobiliario urbano, luminarias, arbotantes y remodelación del kiosco. Como puede apreciarse, ninguna cosa que suponga un gran esfuerzo tecnológico, logístico o humano, y que cualquier vecino esperaría estuviera terminada en unos pocos meses.

El problema es que la letra chica del proyecto decía que además debían ser removidos los centenares de ambulantes que durante 30 años han hecho de las plazas el lugar donde ofrecer máscaras de Blue Demon, playeras del Che Guevara, playeras de Marcos, pipas para marihuana, pelotitas saltarinas, y un sin fin de cosas comercializadas bajo el eufemístico nombre de Tianguis Cultural de Coyoacán.

El problema es que, como buen arquitecto, Heberto olvidó que lo más fácil de un proyecto es el proyecto mismo, que el papel lo aguanta todo, que no cuesta nada hacer desaparecer a trescientos, cuatrocientos, quinientos ambulantes en una imagen promocional en un tríptico, pero que otra cosa es sacarlos de verdad, sobre todo cuando llevan años en el lugar y durante todo ese tiempo han tejido una compleja y profunda red de poder donde se confunden favores políticos y económicos que la hacen tremendamente difícil de remover.

El problema es que Heberto sobreestimó su capacidad de negociación y convencimiento y subestimó el poderío y tozudez de los ambulantes, que saben perfectamente que su negocio está en la actual plaza y no en los lugares alternativos ofrecidos por el señor delegado, donde ni las ánimas van a comprar.

El problema es que los vecinos, que en un primer momento estuvieron de parte del delegado, le quitaron su respaldo desde hace un buen rato al ver que el proyecto avanzaba a ritmo de tortuga y que los ambulantes seguían donde siempre habían estado. El mensaje de una manta – método favorito de diálogo en la zona – colgada frente al Jardín del Centenario refleja el sentimiento de varios de los residentes del lugar:

«Logros del Delegado:

1.      365 días en remodelar una calle de 300 metros

2.      Incremento de la corrupción

3.      Destrucción de las plazas centrales y comercio legalmente establecido»

El problema es que, tal como dicen los vecinos, los principales afectados por el plan de renovación han sido los locatarios formalmente establecidos, que han sufrido mermas superiores al 60% de sus ingresos a causa de las obras que han ahuyentado a los visitantes.

El problema es que lentamente las mallas de alambre que cercaban la plaza han empezado a desaparecer, y así la ciudadanía ha podido apreciar con sus propios ojos que las plazas están prácticamente iguales a como estaban antes, lo que por supuesto incluye la presencia masiva de ambulantes en los fines de semana, tal como ha sucedido de manera religiosa durante los últimos 30 años.

El problema es que, de acuerdo a los planes delegacionales, se supone que los ambulantes van a ser definitivamente reubicados a más tardar en junio (de este año), fecha estimada de término de las obras, pero a estas alturas del partido nadie cree que vaya a pasar mucho. Si siguen vendiendo en las actuales condiciones no se ve por qué van a dejar de hacerlo cuando tengan todo el espacio a su disposición.

El problema es que el futuro del centro histórico de Coyoacán no se ve muy promisorio. Ninguno de los precandidatos y candidatos a delegados ha dicho una sola palabra sobre qué piensan hacer con los ambulantes, que al parecer ese muerto lo va a tener que cargar Heberto solito.

El problema es que el tortuoso desarrollo de la iniciativa le da la razón a todas aquellas autoridades que hacen suyo el proverbio de «el que nada hace, nada teme», así que no debiera extrañarnos que dentro de muy poco las cosas vuelvan al punto exacto de donde partieron.  

El problema es que si Heberto fuera dentista o taxidermista nada de esto hubiera pasado.